A finales del siglo pasado el Doctor Murray Banks publicó un simpático libro titulado “Qué hacer mientras espera al psiquiatra.” Hace tan sólo unas pocas semanas, una impaciente me recordaba el tema diciéndome: “Me gustaría tener sesión de terapia cada día.”
Obviamente, mi inmediata reacción fue de agrado, nada le gusta más al ego que las alabanzas, y yo, insensato, en primera instancia así lo interpreté. Pero no tardé en darme cuenta de que eso no es, que el objetivo del terapeuta no es acompañar indefinidamente al impaciente, sino bien al contrario, procurarle una amable recuperación de su “autorregulación organísmica” (como la llamamos en Gestalt) lo antes posible.
Pero volvamos a la cuestión de inicio: qué hacer mientras “no me atiende nadie”. Le he estado dando muchas vueltas (quizás demasiadas) y he revisado qué me resultó a mí, más allá de la terapia, de verdadera utilidad en los momentos de dificultad. Y eureka, di con ello: lo que me “sacó del hoyo”, de la más profunda soledad emocional, fue mi viejo cuaderno de bitácora, una ajada Mouleskine en la que apuntaba, no siempre a diario, todo aquello que se me antojaba y que, por una u otra razón, pensaba que me distraía, alegraba o simplemente me acompañaba. Hay ahí desde recetas hasta dibujos, pasando por solemnes frases (no siempre de Paulo Coelho Jjjj) y disparatados recortes o viejas etiquetas pegadas a mi memoria.
Sí, eso es, hay que rescatar a la niña/niño del rincón de pensar y darle permiso para que se ponga a jugar. Sí, hay que recuperar la creatividad, el juego, la danza de lo lúdico, de lo gratuito, de lo que “no sirve para nada” pero lo resuelve todo. Si no nos tomamos tan en serio, si recordamos el sentido del humor de cuando éramos pequeños, de cuando nos reíamos “por nada”, de cuando nuestros padres nos preguntaban sorprendidos “Y ahora ¿De qué se ríe este?” tal vez se nos haga más llevadera la vida.
Pues sí, he empezado a recomendar esta “terapia personal” basada en llevar una auditoría de agradecimientos, pequeñas alegrías y grandes reflexiones sin seguir ningún formato ni control, escribiendo en cualquier rincón del cuaderno, cuándo surja y en el color que más me plazca.
Hace un par de días me comentó una impaciente que el tema también le estaba funcionado de maravilla. Empezó por una lista de lo que “siempre le ha gustado” lo que la nutre, lo que le da vidilla, y luego por otra sobre lo que “tenía pendiente”, lo que deseaba y no quería dejar de hacer antes de morir, pero ahora ya “se ha soltado la melena” y escribe y dibuja en ese Diario de Vida tooodo lo que se le antoja. Su perfeccionismo acervado y su afán de control descontrolado han encontrado perfecta solución.
Mmm… si a ti también te pasa, si añoras enfermizamente a tu terapeuta… ¿Por qué no sales ya a comprar tu libro y te pones a jugar?
Tu niñ@ interior se pondrá a aplaudir.
Ah! Y ya que “se lo regalas a ella/él” que sea bonito y se pueda pintarrajear a todo color; por favor.
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