Muchos han sido los intentos de clasificar el amor en compartimentos más o menos estancos, aunque el amor, como todos los sentimientos, escapa a cualquier cuadratura al instituirse como una experiencia redonda y “fuera de catálogo”.
Pero nada como un imposible para retar a un terco, así es que ahí vamos.
Más allá de la clásica distinción conceptual entre el amor erótico (Eros) el admirativo (Philia) y el compasivo (Ágape) la intención es adentrarnos en el amor de pareja en particular.
Siguiendo a Jodorowsky, aunque de lejos, se me antojan cinco estadios amorosos que, aún no teniendo que ser sucesivos ni mucho menos, reflejan, a mi entender y según su proporción, niveles distintos de madurez emocional (que en el fondo es lo que más me interesa)
El “amor infantil” se basa en la carencia afectiva, en la necesidad y la dependencia emocional que subyace en muchas de nuestras relaciones. Por así decirlo, es un amor centrado en el principio de supervivencia, condenado al pedir más que al dar.
El “amor juvenil” despierta pasión, puesto que está basado en el deseo y la pulsión erótica. Es un amor de atracción/repulsión en el que no media integración alguna. De ahí que arriesgue al apego, puesto que no hay razón ni matizada emoción que esté por encima de la adicción al placer hormonal que proporciona el enamoramiento y/o el sexo.
El “amor adulto” presupone esa integración que echábamos de menos en el caso anterior. Aquí sí se da cierta armónica convivencia entre cuerpo, corazón y cabeza, y en ese sentido, puede ya considerarse un amor en plenitud, “de pleno derecho”.
El “amor consciente” supone cierta trascendencia del más mesurado “toma y daca”. Es un amor esencialmente humano, en el que uno puede sacrificar alguna parte de sus apetencias en aras a un bienestar más grande. Aquí lo que prima es la relación, “el campo”, el vínculo por encima de las partes. En el “amor consciente” el otro es un facilitador para que saques lo mejor de ti mismo, pero sin perder de vista la total consciencia de que lo que no se valora se pierde, y que, un abuso “de confianza”, puede malograr tan noble intento. Puede que en muchos momentos te parezca que das más de lo que recibes, pero eso no enturbia la relación porque precisamente has encontrado mediada satisfacción en eso mismo. Este es sin duda un amor maduro, que, como su propio nombre indica, es consciente del riesgo de herida que conlleva, herida que puede perjudicar la fluidez de otros futuros intentos en este sentido.
Y para acabar, estaría “el amor trascendente”, un paso más en el camino de superación del ego, en el que el otro es reflejo de la eterna condición humana, una puerta que está más allá del tiempo y el espacio. Un amor que se funde en compasión, y que se expresa tan bien en aquello de “nada humano me es extraño”.
En fin, me encantará saber qué opinas tú sobre el tema. A mi me ha ayudado a reordenar ideas y a repasar en qué medida uso y abuso de cada una de las tipologías mencionadas. Si me cuentas cómo lo ves, lo consideraré una amorosa muestra de cariño. 😉
Photo by Miss Lacitos on Unsplash