Es sin duda cierto que en los grandes momentos de la vida uno está solo. Puede que se sienta acompañado, arropado, apoyado… pero en verdad uno está solo ante la muerte, ante la incertidumbre y ante la vida.
Solamente una madre (o quizás un padre) pueden llegar a asumir con cierta naturalidad ese valor incondicional de secundar nuestra vida (y nuestra muerte) Pero una vez desaparecidos o desfondados esos “suelos” (y consuelos) la desnudez de sentirnos en primera línea de fuego se revela demoledora. Es entonces cuando la espiritualidad trascendente toma mayor protagonismo.
Cuando uno está perdido, sólo, desamparado, empieza a rezar, a meditar, a buscar consuelo o compasión denodadamente. Porqué sólo cuando la realidad exterior es más insegura, uno necesita imperiosamente encontrar en su vulnerabilidad interior fuerzas de flaqueza.
Todas las religiones han jugado un papel crucial en esa tesitura, e incluso la filosofía y la psicología se han instituido como opciones a tener muy en cuenta, pero, de entre todas ellas, yo me quedo con el zen y el existencialismo como pilares a los que atarme frente a los avatares que me pueda deparar este viaje.
Mi elección viene avalada por la razón, sí, cualquier ente o personaje ajeno, llámese Dios, Alá o profeta, me invita a pensar en una espiritualidad infantil, de cuento, que puede resultar útil para muchos, pero no para mí que, por gracia o desgracia, he afilado el juicio crítico con demasiadas lecturas al respecto.
Pero sobre todo mi elección se fundamenta en la emoción, la viva convicción de que todo esto tiene un sentido. Ahí me declaro fan de Víktor Frankl y todos los que le siguieron. Somos buscadores de sentido y desde ahí sí se me hacen más cercanas las lecturas no maniqueístas que, sin juzgar bien o mal, ponen el acento en la integración, en la compasión como elemento clave para hacernos cargo de nosotros mismos y del vínculo que nos une al regalo de esta vida.
Por otro lado, el zen (especialmente en su tradición Soto) me acaba por traer al presente, a lo cotidiano, a lo inmanente como esencia misma de trascendencia. Lo concreto, lo hecho, lo que no necesita explicación ni demostración es paradójicamente la fuente de lo mágico, lo misterioso, lo que necesita ser revelado y exteriorizado. Vacío y plenitud conviviendo en toda su dimensión. Karma y Dharma, Samadhi y Satori son todo Nirvana. Ahí quiero llegar.
Nada está bien ni está mal o, mejor dicho, todo está bien en cuanto me conecta con el otro y nos tendemos la mano para unir pasado y futuro en un baile sin fin (en un espectáculo en el que los protagonistas entran y salen sin que pare la música, ni en verdad el baile desaparezca)
Foto de Ahmad Odeh en Unsplash
¿te guía la razón o la emoción?
Qué cierto lo que dices de que al zen sólo se puede llegar a través de la emoción, y qué débiles nos hacen. Nada me atrae de unas creencias que tienen su centro en el propio ombligo. Ninguna alegría me ha dado la vida cuando me he ido hacia adentro. Para mí ninguna creencia a la que me lleven las emociones.
En oposición a ello la escolástica, la fundamentación racional de la fe, iniciándola mediante la argumentación racional de la existencia o no de Dios, y siendo la respuesta afirmativa, la investigación y descubrimiento de la religión en la que se ha revelado, el catolicismo.
¿recurrir a Dios sólo en los momentos difíciles de la vida? Eso no tiene ningún sentido para mí, Dios me acompaña siempre, en todo veo su presencia (no panteísticamente, sino como creador), y es en los buenos momentos cuando más lo siento.
Como el adulto que dejó de leer cuando era un niño pequeño que piense que los libros son infantiles, detecto en ti, por lo que expones, una falta de maduración de la fe. En el caso de que tuvieras algún interés en darte cuenta de tu error infantil te aconsejo la Summa Teológica de Santo Tomás. Como es un poco denso, puedes empezar con la exposición que hace Dante Urbina, tanto en sus vídeos como en sus libros.
Mucho más asequible están los vídeos de Adictos a la Filosofía.
Cada uno llegamos a la Verdad por nuestro camino. A veces permitimos que las emociones que nos dominan por un pasado doloroso no nos dejen encontrarla. Como te he oído a menudo hay que perdonarse y, sobretodo perdonar, es entonces cuando podemos ser libres.
Porque te sé capaz de ir más allá Manuel
Gracias Meri por tu comentario.
Sólo un par de matizaciones.
En mi opinión la fe no requiere maduración alguna, o se tiene o no se tiene. Es un don. Otra cosa son las creencias, y otra aún distinta las convicciones.
Sin emoción no hay acción. La razón sólo nos lleva a la reacción. Razón, emoción y conciencia de nuestras pulsiones son la base de nuestra libertad. Y sí, el perdón como la aceptación también están en juego. Como la libertad y la responsabilidad lo están en conformar nuestra propia felicidad.