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De las “pelis” que nos contamos a los dramas que montamos.

¿Qué ocurre cuando nos sentimos enfadados, atemorizados o heridos? A buen seguro nuestras respuestas no son las mismas que tendríamos si la serenidad y la ecuanimidad estuviesen presentes.

Una primera reflexión clave para abrir brecha y apaciguar la mente parte de la idea de que la “herida” es siempre nuestra, el otro sólo nos la toca. Si algo/alguien dice/hace algo que no nos importa, nada se mueve. Sólo cuando registramos ese dicho/hecho bajo nuestra negativa interpretación algo nos mueve a la reacción. Entonces, está claro que todo depende de cómo lo interpretemos, del momento en el que nos pilla, de la emoción que nos embarga, del recuerdo o la creencia con la que nos conecta, de la genética que nos sostiene… Dicho en breve: Todo tiene la importancia que le queramos dar.

Si asumimos esto, y somos capaces de no entrar de inmediato en modo reactivo, podremos preguntarnos ¿Qué necesidad, qué carencia propia, subyace escondida tras esa reacción aparentemente tan justificada como instintiva? Ahí el tema da un vuelco capital: pasamos de buscar culpables a ser responsables.

Eso significa dejar de interpretar, dejar de cavilar, justificar y juzgar hurgando en búsqueda de una causa o un causante que nunca es totalmente determinante. El ¿Por qué? ¿Por qué él/ella…? son las preguntas más neuróticas que existen. Nunca hay un único por qué, aunque la mente se empeñe en encontrarlo.

Eso significa abrirnos paso para descubrir el origen de “nuestros males”, un origen que en la mayoría de los casos halla su morada en nuestra más tierna infancia, de la que podemos ser todo, menos culpables.

Cuando empiezas a asumir tu plena responsabilidad sobre lo que te pasa, dejas de echar culpas, dejas de generar dramas, dejas de inflamar las emociones.

Una mirada fenomenológica sobre los conflictos ayuda. “Veo… Imagino…” Distinguir entre los hechos contrastados y las “pelis” que nos contamos resulta un apoyo incomparable. Porque son principalmente las fantasías las que inflaman el drama, “pelis de malos” que utilizamos para intentar justificar nuestra debilidad, nuestra propia vulnerabilidad. Son historias de víctimas y villanos, de pobres desvalidos y despiadados perseguidores que nosotros mismos proyectamos. Tomar conciencia de que no hay necesidad de ello, de que no hace falta justificar nada, ayuda. Somos muy vulnerables, y cada uno de nosotros arrastra sus carencias sin culpa, aunque sí con cierta responsabilidad de no traspasar la carga al otro.

Para dejar de contarnos “pelis de malos” (y revertir el “Triangulo dramático de Karpman”) contamos con tres puntos de luz:

  1. Transformar nuestro papel de víctima en protagonista. ¿Qué puedo hacer para “salir del hoyo” cuanto antes?
  2. Invitar a los “salvadores de la patria” a convertirse en simples “acompañantes de reparto” ¿Cómo podemos andar juntos sin tantas palabras, rigideces ni supremacías?
  3. Poner límites a los “perseguidores de la verdad” para hacerles ver que “sin el maquillaje” de la perfección, todo es menos de “cartón piedra” ¿Qué te voy a contar que tú no sepas?

Los sabios dicen que “fuera del cine” no hay “pelis de buenos y malos” sino vida a disfrutar y oportunidades para aprender.

Veamos.

Photo by Denise Jans on Unsplash

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