Está claro que los nuevos tiempos han “puesto de moda” la terapia emocional (y falta que le hacía) pero no es menos cierto que en demasiadas ocasiones observamos que “el remedio puede ser peor que la enfermedad”.
Vivir en la superficialidad de la cháchara social es un desperdicio vivencial, eso está claro, como también lo es el perderse en el personaje, en el rol que todos nos construimos para tirar de “piloto automático” y pasar por la vida sin verdadera pena ni gloria. A veces incluso la terapia ayuda a ello con “paños calientes” que alientan al cliente a justificarse en un eterno “estoy en ello” sin salir ni lo más mínimo de la “zona de confort”.
Pero, si entramos en vereda, si nos adentramos en ese “impasse” que nos lleva a “perder pie” y sentir el vacío árido que se extiende entre las orillas del apoyo externo y de la propia autoregulación, la cosa cambia. A poco que nos cuidemos caemos en implosión e internamente nace un grito de “¡Maldita la hora en la que me metí a hurgar en mis entrañas emocionales!” Malo quedarse en “la tirita” del puro simulacro (= terapias del bypass) y malo trascenderlas para abrir herida sin saber cerrarla.
Para que la terapia sane, hay que poder sostener el dolor, contactar plenamente con la herida, limpiarla de mecanismos neuróticos, e integrar en lo posible desde el adulto aquello que de niños tanto nos marcó:
- ¿El rechazo implícito o explícito que nos lleva al aislamiento?
- ¿El abandono que nos aboca a la eterna dependencia afectiva?
- ¿El no ser vistos que nos exige salvar y perseguir para sobrevivir?
- ¿La traición o la injusticia que nos lleva a tener que juzgar y controlarlo todo?
Porque, sólo desde ahí, podremos trascender el drama, la contenida represión del que no “quiere ver”, o la esencial inseguridad de quién cree tenerlo todo superado. Sólo desde ese “vacío fértil”, el terapeuta, el amigo o el maestro podrá escuchar la voz de lo no nombrado, y poner orden y estructura al apego ansioso, sentir el dolor que hay bajo el torrente de palabras que vomita el evitativo, o confrontar las incoherencias del paciente bipolar.
Todo apego responde a una herida cubierta por específicos mecanismos neuróticos de defensa que se manifiestan en expresiones nucleares no genuinas (drama constante, enfriamiento de la emoción con extensas narrativas conceptuales, hiperactividad persiguiendo demostrar no se sabe muy bien el qué…) pero no es fácil que uno mismo se dé cuenta de ello y lo asuma en su plenitud. Para curar, hay que ser valiente, abrirnos al dolor (que nos liberará del sufrimiento) y dejarnos acompañar, en un no corto camino, hasta llegar a cerrar herida y salir a flote, renaciendo de nuevas aguas tras habernos sacudido, bien sacudido, cuerpo, corazón y cabeza, para sacarnos de encima toda la costra/coraza de nuestro Ser.
Gran post, es necessita una estona per llegir bé i poder processar les idees, les accions ja ni t’explico…
Fully agree. El tema de les ferides d´infantèsa és clau, perquè… Ferida >> Neurosi >> Aferrament (apego) >> Sintomatologia >> Tractament (Teràpia)
En aquest procés hi és quasi tot. I tot és molt. Cal temps, esforç i perseverànça, cert. Però tenim tota una vida per a fer camí. 😉
Gracias Manel por poner nombre a mis sensaciones.
Me estoy permitiendo sentir la incomodidad que me produce mi soledad cuando mi patrón de apego ansioso me pide gente, movimiento y acción.
Tengo claro que este es el camino pero me cuesta sostenerme en él.
¡Qué bueno oírte decir eso!!
Déjate sentir. Date cuenta. Date permiso. Date tiempo. Cuatro claves para no perder rumbo.
“Vigila esperit vigila, no perdis mai el teu nord, no et deixis dur a la tranquila aigua mansa de cap port.”