Desde hace ya muchos años, la televisión, las redes y todos los medios en general nos invitan constantemente a ver la muerte como un espectáculo público cada vez más truculento y deshumanizado, con lo que se pierde la oportunidad de contemplarla como una inmejorable ocasión para una exploración más íntima e individual.
Desde hace ya más de 25 siglos, el zen propone un “Memento mori” (Recuerda que vas a morir) vivificante, en el que la vejez, la enfermedad y la muerte inevitable no son sino acicates para aprovechar mejor el momento, y vivir el aquí y ahora en plenitud.
Entre estos dos mundos se abre todo un abismo de vidas perdidas en la distracción, la inercia y los automatismos serviles al algoritmo imperante. Ya sabemos que la hiperactividad y las absurdas cavilaciones neuróticas son los dos principales analgésicos de la emoción. Lo que paradójicamente nos lleva a exigir cada vez una mayor intensidad para “sentir algo relevante”. En ese contexto, el zen de las pequeñas cosas se me antoja como privilegio de unos pocos.
Pero, en fin, seamos positivos ¿Cómo recuperar el ánimo para ver realmente en la muerte una maestra de vida?
La respuesta es obvia, el camino es la meditación: el dejar hacer (que no es lo mismo que el dejar de hacer) y el dejar de pensar que somos lo que pensamos (derivado de nuestra cultura cartesiana “Cogito ergo sum”)
Ahí me vale el símil del cocktail emotivo-racional que somos todos, un mix de agua y aceite en constante actividad arriba y abajo, y en perpetua agitación mental hacia adelante y atrás mareando nuestras contradicciones. Basta con parar, detenerse y dejar fluir un ratillo el presente, la respiración, para observar que la emoción y la razón pueden convivir en armonía. Basta con abandonar las prisas y los juicios sumarísimos para que, sin mayor esfuerzo, agua y aceite se aclaren y distingan.
Entonces, y sólo entonces, podremos contemplar serenos el vaso medio vacío de la abundancia: ¿Qué tiene la vejez que no tenga la juventud? ¿Qué tiene la enfermedad que no tenga la salud? Y en última instancia ¿Qué tiene el “examen final” de la muerte que no tenga una vida insustancial?
El maestro Eno (sexto patriarca considerado como padre del zen moderno 638-713 de nuestra era) decía que la meditación nos conecta con lo que somos ahora, lo que fuimos antes de nacer, y lo que seremos después de nuestra muerte.
¿Podríamos entender con ello que la meditación es el wifi que nos conecta en profundidad con la condición humana? ¿Con Dios?
Mmm… entonces podemos decir que en la muerte estamos tan solos como inmejorablemente acompañados.
Simplemente salimos del controlado y cuidado jardín de nuestro ego al hermoso y confiado bosque de nuestro Ser.
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Gràcies per comentari molt encertat i oportú en els temps que… ( vivim?).
Morim la mort que vivim i vivim la vida que morim. El contrari de la mort no es la vida, es estar viu, el contrari de la vida no es la mort , es estar mort. Estar viu i estar mort no son estats naturals, son estats vitals encara que sembli incongruent, el segon també ho es. L’acceptació de la finitut de la vida li dona sentit a la mort i l’acceptació de la i finitut de la mort li dona sentit a la vida. Gràcies Manel
Totalment d´acord Benet. vivim i morim de la mateixa manera. Vida i mort son dues cares de la mateixa moneda. Qui accepta la mort gaudeix plenament de la vida, qui la nega o se´n desenten, fuig i pateix de per vida. Gràcies Benet per les teves aportacions sempre tan pertinents.
Parar para ser y hacer; ser para fluir. Todo conforma lo uno, que es hacia donde todos nos dirigimos indefectiblemente. Y, ya puestos, cuando lleguemos, poder enmendar a Descartes y decirle: “Estoy, luego soy. Piensa sobre eso, René…”
Salut!
Me encanta eso de espetarle a Descartes “Estoy, luego soy. Piensa en eso René!” que nos has tenido en vilo varias generaciones con tu majadería.
Hahahah
Gracias por tu comentario Frank, me has alegrado la tarde!!
¡Manuel!
La muerte, qué buena elección. Tema tabú en la sociedad de la muerte en la que matar al inocente es un derecho y pedirla, en breve, será una obligación moral…pero este es otro tema…
Aunque sí que es verdad que no para de hablarse del número de muertes por esto o por aquello, no se habla sobre lo que significa para cada uno, lo que se siente ante esa verdad inevitable…si es el miedo lo que la han convertido en un tema tabú lo es ¿a la propia o a la de nuestros seres queridos? Hace un par de días un amigo, que iba paseando a cara descubierta, se cruzó con un anciano que le grito: ¡la mascareta!…¡morirem tots!..mi amigo empezó a reir creyendo que se trataba de una broma como las del Mundo Today, aunque luego ante la falta de reacción del señor, empezó a creer que lo decía en serio. Y aunque es así, moriremos todos (con o sin mascarilla), la cuestión es qué nos hace temer ese momento. Creía que el motivo era la separación definitiva de aquellos a los que amamos, pero en el último año me he dado cuenta de que no es así para muchos, dispuestos a no relacionarse con nadie, por un tiempo indefinido, para, desde su punto de vista, salvar sus vidas.
Hablas de cómo recuperar el ánimo para dar valor a la muerte mediante la meditación zen: respirar y ¿concentrarte en no pensar?, y qué tal, sin dejar de respirar desde luego, agradecer el don de la vida y vivir cada segundo como si fuera el último, de modo que si lo fuera, marcharas en paz.
El año pasado fallecieron las dos abuelas de mis hijas, primero mi madre y al cabo de unos meses la madre de su padre. Pocos días después del fallecimiento de ésta, Nadia, que fue testigo de mi reacción y la de mis hermanos ante la muerte de nuestra madre, y de la de su padre y de sus hermanas ante la muerte de la madre de estos, me dijo qué diferente había sido, nuestra serenidad, la de los hijos de su abuela materna, frente a la desesperación de los hijos de su abuela paterna, y ella lo relacionó con nuestra fe cristiana frente al ateísmo de la familia de su padre. Puede ser.
Hablar de la muerte me resulta un tema absolutamente apasionante, pienso que equivocadamente lo evitamos y se lo sustraemos a los niños, cuántas veces he escuchado “a los niños no los hemo traído (al entierro de sus abuelos)…no es lugar para ellos”…o tantas veces como he oído decir en el último año, “…han muerto en su casa” como si lo bueno fuera morir en un hospital…quizás valorar la muerte como una maestra de vida debe empezar por aquí, por recuperarla conscientemente como parte de la vida. Recientemente vi “The Giver” (estaba en Netflix pero ya la han eliminado), aunque no es una gran película, tiene muchos aspectos interesantes, y uno de ellos el tratamiento eufemístico de la muerte, administrada por aquellos escogidos para ello, de tal modo que ni el que la administra ni el que la recibe es consciente de qué es.
A la espera con ilusión el próximo tema (y voy a mirar el anterior que creo que se me pasó)
Un abrazo
Síii, coincido contigo Meri, la muerte es apasionante, tan apasionante como la vida, porque en sí son la misma cosa. Una no puede vivir sin la otra.
Personalmente no creo en el más allá, pero sí en el más acá, en el presente como expresión de todo lo que le precede y lo que le sucede.
Es decir, más que en la trascendencia creo en la eternidad, pero eso, como tu siempre dices, ya sería otro tema 😉
Gràcies Manel,
per les paraules posades al servei de la vida
I al servei de la mort, dignificant la totalitat de l’existència per a que la presència de la Mort no quedi en l’oblit deixant la Vida sense sentit. Necesari recordatori.
Moltes gràcies Sandra.
Com tu també saps, la mort no és només silenci, sino també paraula.
Perquè el principi fou el verb, i el verb era Deu entre nosaltres.
Muy bien escrito. He leído mucha antroposofía este último año. Muchos caminos que convergen hacia una misma percepción. Un abrazo.
Muchas gracias Ricard. Un honor tenerte entre nuestros comentaristas.
Ojalá te suscribas y podamos leerte de vez en cuando.
Otro gran abrazo para ti.
Esta reflexión es fundamental. Es decir, creo que es la reflexión que cada persona va a hacer. O va a evitar, si le da miedo.
Contestando, creo que a estas alturas de mi vida disfruto mucho más de las personas y los momentos que comparto con ellas que cuando era joven.
La enfermedad me hace atenta al amor que recibo, mucho más que la salud.
Mi último dia de vida me dice que siempre he estado sola en la vida, aunque acompañada por personas y por Dios, pero que entonces, en ese día, estoy más sola que nunca, a la vez que, más que nunca, en las manos amorosas de Dios, en las que estoy viviendo cada día, sin ser tan consciente.
Sí, coincido en que la enfermedad, la vejez y en última instancia la muerte son una inexcusable cura de humildad, un examen final sobre qué tal hemos aprovechado la vida que se nos ha dado.
Una buena vida augura sin duda una mejor muerte, porque el antónimo al sufrimiento no es el placer, sino la sabiduría.
Gracias por expresarte.