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¿Eres buen@?

Formulada así la pregunta suena rara. Uno espera que le pregunten ¿Eres buen@ en esto o lo otro? Un bueno instrumental, un bueno para algo, pero así, a bocajarro, la pregunta se nos antoja excesiva.

Entonces surge el debate ¿De qué hablamos cuando hablamos de bondad? ¿Qué es lo que define la bondad? O por lo menos ¿Qué decimos cuando hablamos de una buena persona?

Terrible pregunta. Ahí uno se descubre malicioso. “Es una buena persona, sí, un poco soso, anodino, buena gente, pero sin más.”

Como apuntaba Francesc Torralba este fin de semana en su ponencia de celebración de los 25 años de la Fundación Ecología Emocional, la maldad es noticia, pero la bondad es silenciosa.

Siguiendo su discurso sobre “anatomía de la bondad”, discurso que en gran medida comparto, la bondad encuentra su columna vertebral en la compasión y luego se expande, se amplía y concreta en toda una serie de costillas que le dan aire de grandeza.

La compasión, a diferencia de la lástima, es herramienta de doble filo, puesto que no sólo conmueve como esta última, sino que también mueve a la acción. La compasión nace de la empatía, del “nada humano me es extraño”, de la solidaridad para hacer “todo lo posible”, pero también de la asertividad, del “manos a la obra”, del “no hay tiempo que perder”. Un maridaje excelso al alcance de pocos. Porque, como también apuntaba el Maestro, frente a la bondad, todos agachamos la cabeza, todos resultamos ambiguos, caminantes en camino, en proceso de maduración, siempre que podamos evitar la distracción (= no tracción? 😉)

Pero y ¿Qué hay de las costillas?

Mmm… a nuestra izquierda, todo corazón, la gratuidad y la discreción. Porque la bondad huye de grandes reconocimientos. En la bondad no hay beneficios, esfuerzos ni sacrificios. Uno da lo que buenamente puede, lo que le ha sido dado, lo que para ella o él es un don. En la bondad todo fluye.

Y a nuestra derecha, todo acción, proactividad y no reacción. Porque la bondad surge sin necesidad de que el otro evidencie sus carencias, sin que el otro pida. Uno da todo lo que tiene, todo lo que sabe, todo lo que es, porque en la bondad, no hay miedo. Y así, tanto podemos pedir libremente el perdón, como concederlo.

En fin, todo un lujo (o no)

La verdad es que a mí me cuesta diferenciar la bondad del amor, del amor incondicional, porque ambos tienen una característica muy peculiar en común: ambos admiten un infinito margen de error, algo muy poco pedagógico, pero tremendamente bonito.

Acabando, ¿No será que la ambigüedad inicialmente mencionada sea necesaria? Porque la perfección alcanzada no mueve a andar camino.

De ahí me nace la invitación a que reflexionemos no tanto sobre en qué punto del camino nos encontramos, como si vamos en buena dirección.

Foto de Vladislav Babienko en Unsplash

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