Escalado de ventas. Descalabro de valores.
“Estos son mis principios. Pero si no le gustan puedo ofrecerle otros.” Rezaba uno de los chispeantes diálogos de Groucho en una de sus películas. Y parece que este sea el slogan de más rabiosa actualidad.
Empezaron las empresas de telefonía, le siguieron las de suministros, luego la banca, los canales de pago… y ahora ya es práctica común en casi cualquier sector.
Valga el último caso que he vivido en carnes propias.
Recibo un email largo, bien escrito de La Vanguardia anunciándome cuanto aprecian mi fidelidad y ya casi al final dejan caer que tanto amor merece un precio de suscripción de 99,00€ al año. Me sorprendió. Pensé, creo que el año pasado pagué 45,00€. ¿Puede ser? Efectivamente. Sentí la rabia y me dispuse a darme de baja.
Inmediatamente recibí otro texto relatando a todo lo que estaba renunciando con ello. No me dejé seducir y volví a pulsar el botón de baja.
Nuevo mensaje ¿Por qué quiere darse de baja? Pulsé por el precio, que me parece excesivo.
Nueva respuesta: “No queremos que nos deje. Vamos a renovarle por el precio oferta del año pasado 45,00€” ¿Perdón?
El escalado de ventas ha llegado ya a su total automatización. No, ya no es que, bueno, tras negociar un poco el tema hemos llegado a un acuerdo, no, ahora es vamos a ver si cuela, y… si el cliente no está muy atento ya te digo yo que cuela.
Agotador. ¿Esta es la Dirección por Valores de Comunidad y Sostenibilidad que predican las escuelas de Management? ¿Qué valores son esos que se basan en un escalado de ventas (como eufemísticamente lo llaman ellos) para decir dónde dije Dogo digo Diego?
Me queda claro que la revolución pendiente pasa inexcusablemente por el consumidor exigente, pero… ¿Toda la carga de la prueba, toda la carga de tiempo, gestión y trabajo va a recaer en nosotros?
La “economía de la suscripción” como se ha convenido en llamarla, se basa en eso: Una oferta de lanzamiento espectacular junto a un compromiso INVISIBLE que ya nos ocuparemos de rentabilizar.
“Es peligroso asomarse al interior” se decía en los manuales de ventas retail de los años 90, pero ahí por lo menos había persuasión y negociación cara a cara.
Ahora a mi se me antoja que esto es con nocturnidad (muchos clicks de tentación por tedio o aburrimiento vespertino) y alevosía (malas intenciones por tratar de estafar indiscriminadamente a todo aquel que persista en el hastío y apatía, que todo este entramado desesperante mismamente ya ayuda a fomentar)
Entiendo tu indignación, no sé cómo acabó el tema, pero confirmar la baja, la tuya y la de todos los que se encontraran en ese trance, a pesar de que mantengan el precio anterior sería la mejor manera para que dejara de ocurrir.
Y en el fondo ¿para qué una suscripción a La Vanguardia o cualquier otra prensa del sistema, sostenidos con el dinero que nos roban las Administraciones a todos y emitiendo las mismas noticias y los mismos comentarios, no sea que dejen de recibir el dinero que los mantiene?
Hace unos cuantos años que dejé de ver, escuchar o leer noticias a través de los medios del sistema y cuando me comentan de algo que “ha salido en las noticias” y no me había enterado, me he dado cuenta de que no tenía la más mínima importancia.
Dejé de comprar La Vanguardia (lo hacía en papel en el kiosko) cuando me di cuenta de que sólo me interesaban un par de artículos y al confirmar que con leer los titulares de noticias, reportajes o artículos ya sabía cuál era su contenido. Michos años antes ya me había pasado cuando había alguna vez comprado El País (entono el mea culpa, sí alguna vez lo compré).
Estoy de acuerdo en que las noticias que nos ofrecen los medios convencionales son solo fuentes de tristeza y miedo al servicio de la insensibilización.
Pero también creo que las que se vierten en las redes sociales carecen además de todo fundamento.
Encontrar fuentes de rigor periodístico es hoy por hoy tarea titánica.
En fin, sólo podemos confiar en la educación de criterio. Y eso aún es más difícil.