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In Spain we call it Soledad.

¡Cuántas canciones están inspiradas en la soledad! Y es que hay tantos tipos de soledad.

Los expertos distinguen tres de origen interno, tres de causa externa y una séptima de sanación para los casos más dolorosos.

Existe la soledad liberadora, la de retirada de un contacto que merecía acabar, y acabar bien, en un espacio de descanso e interiorización gozoso para recuperar fuerzas y poder abrirse al mundo de nuevo al cabo de un tiempo prudencial.

Pero también existe la soledad del aislamiento, de la rabia contenida y la mandíbula prieta. Una soledad que no busca tanto disponer de un espacio de calma como llamar la atención. Una soledad triste y resentida.

Y está también la soledad de la crisis como oportunidad de crecimiento, la soledad de la pérdida y el duelo que nos muestra la vulnerabilidad del Ser. Nuevamente triste sí, pero en esta ocasión finalmente balsámica y reconfortante.

Estas son soledades en buena parte autoimpuestas, pero están además las sobrevenidas, las que nos procura el no ser correspondidos por el otro.

La soledad de quién no se siente escuchado. La de quién aun escuchado, no se siente atendido. Y la más cruel de todas, la de quién aun sintiéndose escuchado y aparentemente atendido, no se siente querido. Muy cruel sí, porque cuando esta última perdura (y no resulta nada excepcional en los tiempos que corren, donde el “Like” ha secuestrado al “Te quiero”) uno se hunde en la miseria.

Pero curiosamente, el remedio de primera instancia para las más dolorosas es de carácter homeopático. Nos referimos a la soledad introspectiva.

Una soledad en la que nos damos cuenta de que los pensamientos y sentimientos son sólo nuestros.

Una soledad en la que ya no hay más tempestad, sino sólo la calma del alma herida.

Esa calma que desvanece toda prepotencia, todo juicio, toda palabra.

Esa calma que desvanece toda preocupación, toda resistencia, todo apego.

Esa misma calma que amanece con plena energía, total satisfacción y general resiliencia.

Una calma que amanece lentamente, en silencio, con agradecimiento, aceptación y sentida compasión.

Hablamos claro de la calma del AMOR en mayúsculas, ese que yace dormido en nosotros, precisamente a la espera de esos momentos de sufrimiento que nos despiertan las ganas de dar, por encima de las de tomar.

Photo by Nathan McBride on Unsplash

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