Este fin de semana pasado estuve atendiendo a los nuevos alumnos de Gestalt en un stage de cuatro días para trabajar las relaciones parentales. Aún recuerdo cuando fui yo el que escuchaba con atención las directrices y comentarios de Luis Fer (Instituto Hoffman) Hacía escasos dos meses que había muerto mi madre, y su vivo recuerdo no me permitió trabajar con la suficiente distancia, así es que esté fin de semana de alguna manera me ha servido para “recuperar” esa asignatura pendiente.
Una asignatura troncal para todos, porque nuestros padres, sí o sí, marcan patrón, y resulta imprescindible actualizar y limpiar vínculo con ellos. Así es que, para los que no hayáis tenido la suerte de hacer este ejercicio en su plenitud, os invito a seguir leyendo este post y a hacer las reflexiones que a continuación se proponen. Os ruego que no corráis. Leed y dejaros sentir. Esta vez el post os va a llevar más de dos minutos.
En primer lugar, se trata de reconocer “el pincho”, la espina clavada con la que, queriendo o sin querer, nuestros progenitores nos hirieron en aras a educar, proteger, salvar o castigar. No es tarea fácil, porque la idealización y la dramatización andan sueltas, y nuestra cultura las potencia; pero sin abrir limpiamente la herida no podremos sacar “el pincho”. Date tu tiempo para reflexionar en ello ¿Cómo ha marcado tu vida la relación con tu madre? ¿Qué tal anda tu autoestima? ¿Cómo ha marcado tu vida la relación con tu padre? ¿Qué tal anda tu autoexigencia?
Una vez hayas acabado, cierra los ojos, imagina frente a ti, a tu derecha, a tu madre a la edad de 10 u 11 años. ¿Cómo la ves? ¿Qué hace? ¿Dónde está? ¿Cómo está? ¿Cómo se siente? ¿Qué te cuenta?
Habla interiormente con ella, dile qué sientes tú frente a lo que te acaba de contar. Dile cómo te llega lo que te ha contado. ¿Qué has sentido al escucharla? ¿Hay algo que quieras decirle, que nunca le hayas dicho? ¿Qué te responde tu madre desde su niña?
A continuación, repite el ejercicio con tu padre cuando el tenía 10/11 años.
No corras. Establece un dialogo tranquilo con ese niño (que ahora es tu padre) y que quiere sincerarse contigo. Deja que tu imaginación complete libremente lo que no sabes.
Respira en profundidad. Date tu tiempo.
Deja ahora que tu madre te hable de cómo eras tu cuando tenías 10 u 11 años. ¿Qué dice de ti? ¿Qué cuenta? ¿Qué recuerda?
Dale luego un espacio a tu padre. ¿Cómo te veía él cuando tú tenias esa edad? ¿Qué vivencias le vienen a la memoria? Imagina, ponte en el lugar de tu padre cuando tú eras preadolescente.
Mmm… no corras. Date tiempo. Visualiza la imagen de vosotros tres juntos, deja reposar tus manos en tus rodillas con la palma de la mano hacia arriba. Descansa ahí.
Concentra toda la ternura y el cuidado de tu madre en tu mano izquierda y llévatela a tu corazón.
Concentra toda la fuerza y la confianza de tu padre en tu mano derecha y llévatela a tu corazón.
Déjate sentir.
Déjate caer suavemente de espaldas para sentir todo el respaldo de tus ancestros: abuelas, abuelos… junto a sus madres, sus padres… Toda esa multitud que te apoya y te deja ahora descansar en el presente.
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