La sociedad de consumo ha llevado al “primer mundo” a una paradoja tremenda: “Nunca hemos disfrutado de tanto bienestar, ni sufrido tantos suicidios.”
Quizás sea pues momento de reflexionar el porqué se da esa contradicción. ¿Será que ese pretendido “bienestar” no es el bienestar que realmente queremos? ¿Será que no sabemos lo que queremos?
En mi opinión, algo hay de ambas razones. Es cierto que la dictadura del consumismo nos ha llevado a la sociedad del cansancio (como diría el amigo Byung-Chul Han) y que, de regalo, nos ha dejado un cambio climático estupendo y un debate político estúpido, pero no lo es menos que los “espectadores de a pie” seguimos impasibles el espectáculo como los personajes de Huxley en “Un mundo feliz”.
Todo ello ha cuajado a nivel individual en la más triste desazón acompañada por una creciente insensibilidad. Cuando uno ya confunde las noticias con una serie de Netflix es porque ya es víctima irremediable de quienes sólo procuran llamar nuestra atención para distraer nuestra libertad. Y sin poder atender lo que yo quiera con libertad, el individuo ya no puede hacerse responsable de nada, ni ser feliz por nada.
Permitidme una básica reflexión en este sentido (especialmente dirigida a mis lectores de más edad) ¿No tenéis la impresión de que tanto los medios convencionales (publicidad e “información” incluidas) como las redes sociales tienen un tono y maneras de creciente infantilismo? ¿No os parece que hay una loca carrera hacia la estupidez del televidente, oyente, internauta o cosmonauta mediático? Yo personalmente, ya he fijado en más de tres ocasiones el límite diciéndome “Esto ya es el colmo, nadie en su sano juicio puede creer, comprar, votar, respetar… eso.” Y… me he equivocado. Lo reconozco, está demostrado, la estupidez humana es infinita.
Pero volvamos al origen: ¿Sabemos lo que queremos? ¿Sabes tú, estimado lector, lo que quieres? Piénsalo bien.
Porque ya no nos vale aquello de “Sé lo que NO quiero.” Para ir camino de la felicidad, sólo hay que prestar atención (ponerle conciencia al asunto de lo que sentimos, pensamos y hacemos) y saber lo que aquí y ahora verdaderamente queremos (aunque en un plazo razonable lo revisemos y cambiemos) Luego ya vendrá eso de reconocer la energía de que disponemos y el reclamo de lo que necesitamos, sin dejar de valorar lo que ya tenemos. Pero primero: ¿A qué dirección me oriento?
El problema, más allá de la presión ya comentada a la que todos nos vemos expuestos, es que nos fijamos metas rígidas, idealizadas y a muy largo plazo. Valores tan universales como muchas veces inverosímiles.
¿Cuál es el antídoto? Márcate metas volantes, flexibles y con el foco en el próximo paso, definido con total precisión. Concreta: ¿Cuándo empieza el cambio? ¿Dónde? ¿Con quién? ¿En qué ámbito de mi vida? Deja el mundo en paz. Deja que Pedro Piqueras y Belén Esteban se entretengan solos. Céntrate en ti y el mundo cambiará a tu paso.
Just do it. Pruébalo ya. No procrastines. 😉
Gracias Manuel.
En ese túnel tan largo de estímulos en el que cuesta no quere llegar rápidamente al fin toca un frenazo seco en tu interior, es tu responsabilidad afianzarte en tu íntimo yo y no querer huir.
Es posible y se puede conseguir.
Sólo ser.
Gracias a ti Elena.
Eso es. Si nos centramos en nosotros mismos es posible ser más honesto, más humano, más auténtico.
Sólo hay que soltar amarras de las arenas movedizas más mediáticas.
Más ser y menos servilismo.
Un abrazo.
Gràcies Manel, em sembla molt pacificador poder deixar la sensació aclaparadora de voler canviar un món que no entenem, cosa que ens serveix d’excusa per no fer res, i centrar-nos en els primers pasos del Camí.
Gràcies Sandra. Em complau compartir punt de vista amb tu. Vull pensar que ja som molts els que estem farts de tanta ideologia i volem canviar des de la nostra petita individualitat.