¿Quién te ha dado (o quitado) vela en este entierro?
No hay duda de que la autoestima es la base de nuestra felicidad. El 70% de los impacientes que acuden a terapia lo hacen porque tienen “problemas de autoestima.”
Antes de entrar en remedios o tratamiento, una primera pregunta sería ¿Con la autoestima se nace o se hace? ¿Es algo a alcanzar o algo a reencontrar? ¿Quién nos la da y quién nos la quita?
En mi opinión la autoestima es la llama de la vida; sin ella, la pregunta raíz del existencialismo enunciada por Viktor Frankl de ¿Por qué no acabas con tu vida? nos aboca a la fatalidad, pero aún con ella, puede nacer como el mínimo destello de una vela o como la llamarada de una fogata. Y consecuentemente, cuando andamos bajo mínimos, podemos apagarla de un soplo o contrariamente animarla con otro mejor orientado.
En cualquier caso, parece que, en buena parte, salvo hándicap orgánico, hay responsabilidad propia en el nivel de nuestra autoestima: tanto en preservarla de castigo, como en premiarla de cuidados.
Nacemos siempre con esa llama (pequeña o no) pero muchas veces la maltratamos o la descuidamos. De ahí que sea tan bueno preguntarnos ¿Cómo nos estamos maltratando? como ¿Qué podemos hacer para mejorar?
Pero vayamos por partes. Primero veamos de dónde nace nuestro maltrato. Normalmente está ligado a una exagerada autoexigencia, un perfeccionismo asfixiante, aunque también puede vincularse a un pensamiento obsesivo o a un sentimiento de culpa lastrante… Las indicaciones en cada caso son diferentes: aligerar carga de “obligaciones”, diversificar foco para socavar las raíces del drama monotemático, o trabajar la huida del dolor por la responsabilidad no asumida que invariablemente esconde la culpa, pero todo tiene en principio “solución”. La ansiedad por desfase entre autoestima y autoexigencia, el estrés por retraumatizarnos a nosotros mismos hasta la saciedad o el victimismo por tener el drama y la angustia vital como guion de vida pueden ser tratados.
Llegados a este punto lo importante es destacar que sólo una vez recuperada la llama a cierto nivel podremos pasar al segundo capítulo antes enunciado sobre cómo hacerla crecer. ¿Qué te nutre? ¿Qué es lo que te da vidilla? ¿Te has dado cuenta de que empiezan a emerger (pequeñas o no tan pequeñas) evidencias de tu avance? Son preguntas que avivan a continuación el fuego de la vida, pero primero hay que “limpiar el suelo y soplar las brasas”.
En resumen, veamos primero cómo nos castigamos y luego cómo nos alentamos, porque demasiadas veces la voracidad por arder en deseos de vivir nos apaga cualquier posibilidad de encender la vela que debe iluminarnos el camino.
Foto de David Tomaseti en Unsplash
gràcies per tan bon anlisi
Ets un Solete, Sandra. Gràcies a tu.