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Los silencios pasivo-agresivos.

El silencio tiene sin duda una profundidad que no alcanza la palabra. El silencio, junto a la respiración, marca ritmos y se instituye como el gran metrónomo de esta efímera vida. No en vano la meditación es el gran recurso para editar una mente apacible.

Pero el silencio del que quisiera hablar hoy es la polaridad de ese silencio tan reparador. Me refiero al silencio pasivo-agresivo, ese silencio de incomunicación, o mejor dicho inconexión, entre dos interlocutores que mantienen o mantenían una relación afectiva. En Comunicación no violenta decimos que ese mutismo alcanza cotas de tanta agresividad como el grito imperativo más desgarrador.

“No me habla.” “No nos hablamos desde hace días.” “Hemos roto sin mediar palabra.” “Sólo intercambiamos monosílabos.” Son algunas de las expresiones que evidencian un desentendimiento cruel y una apuesta, en cualquier caso, por una vinculación (o desvinculación) un tanto sadomasoquista.

A mi entender, subyace en esos prolongados silencios una profunda falta de amor, de amor a uno mismo y de amor al prójimo. Hay que respetar los aislamientos preventivos, las heridas no cicatrizan de la noche a la mañana, pero alargar el resentimiento, no salvaguardar el afecto que debe sostener en el tiempo todo vínculo afectivo que se precie, es señal de una importante lesión tanto en la autoestima como en la capacidad de resiliencia. Y no sólo eso, sino que apunta a una falta de convicción en el sentido de la vida.

Llevados a su extremo, estos silencios, aunque en este caso involuntarios, están también presentes en las muertes súbitas de alguien querido. Se produce ahí un vacío cruel que dificulta el duelo. Las emociones tienen una cadencia, un ritmo mucho más lento que los pensamientos y requieren de espacios de acompañamiento más prolongados. Sin despedida la muerte es un desplante.

Por todo ello, la Gestalt reclama cerrar el círculo, concluir nuestros asuntos, cicatrizar heridas, despedir el duelo, puesto que sino la danza macabra de la obsesión y los mecanismos neuróticos te “vuelve loco”.

En este contexto, hablar, comunicar, conectar es amar, compartir y unir (compadecer en el sentido budista del término) porque… hay silencios que unen, pero también hay silencios que matan.

Photo by Annie Spratt on Unsplash

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  1. Hola Manuel
    Me voy a centrar en la primera parte, y sin que sirva de precedente, no voy a polemizar, (jejeje). Al leer la conexión que haces entre los silencios en las relaciones rotas y el sadomasoquismo a mi mente ha venido la idea de si alguien se libra de esas pulsiones, o si forman parte de nuestra propia naturaleza humana y sólo el convencimiento y la práctica consciente, en el sentido de voluntaria y autoimpuesta, puede, a los que lo deseen, evitarlas

    1. Gracias por tus siempre interesantes puntualizaciones.
      En mi opinión, hablar de naturaleza humana en general es un tanto peligroso en este contexto. Diría que cada naturaleza humana, aunque asuma idénticas pulsiones, atiende a intensidades distintas. Así, hay gente más introvertida y gente más extrovertida, gente más polarizada (por lo menos aparentemente) en la agresividad y otra en la pasividad o la sumisión, lo que implica pues “esfuerzos” (o mecanismos neuróticos) distintos. Pero, en cualquier caso, como tu bien apuntas, sólo el convencimiento y la práctica consciente puede modular el impulso y, con el tiempo, beneficiarse de la innegable plasticidad neuronal.