¿Te imaginas qué pasaría si perdieras la memoria por completo? No saber lo que te gustaba y lo que no, lo que creías cierto y lo que no, lo que te identificaba con tu nombre y personalidad… y lo que no.
Estamos convencidos de que la memoria nos define, y de ahí el pavoroso pánico al olvido. Pero entonces ¿Somos lo que recordamos, o lo que se recuerda de nosotros? Curiosa pregunta para un budista que quiere anclarse en el presente sin más. Sin las muletas del recuerdo se nos antoja difícil el andar, y sin embargo qué poca atención y análisis le prestamos a la memoria.
¿Por qué recordamos unas escenas y no otras? ¿Por qué hay personas que envejecen positivamente en el recuerdo emocional y otras contrariamente lo hacen negativamente?
La neurociencia empieza a iluminar respuestas. Al parecer cada vez que recordamos algo, jugamos un poco con ello antes de volver a guardarlo en la memoria. Es más, con el tiempo, la mente va alterando de manera progresiva nuestros recuerdos inconsistentes con el presente para que nos resulten menos dolorosos. Hasta ahí nos movemos en la tierra firme del pensamiento, de la narración. ¿Pero qué papel juega la emoción en todo ese proceso? Intuimos que no es algo secundario sino protagonista.
Es la emoción la que tiñe de color todos los recuerdos y los adecúa a los tonos del presente. Contrariamente a lo que pensamos, la memoria es pues “el salseo” del presente y no “el fantasma” del pasado.
Siempre se ha dicho que el inconsciente no tiene tiempo, no hay ahí caducidad ni olvido de ningún tipo, y eso nos abriría la puerta a otro misterioso capítulo en el que tal vez se codean toda una retahíla de trascendencias cuánticas.
¿Está en mi el tesón de mi madre? ¿Va en mi la sensibilidad de mi padre? ¿La espiritualidad de mi hermano? Incluso ¿Voy yo cargando con la resiliencia de mi abuela? ¿La alegría de mi tía? ¿El buen humor de ese amigo de la familia que tanto me vuelve a la memoria?…
Curiosas reflexiones que os invito a interiorizar ¿Qué rasgos de familiares y amigos cercanos diríais que han hecho mella en vosotr@s? ¿No estará ahí la trascendencia que andamos buscando allende fronteras? ¿Y si la eternidad fuera de arcilla maleable? ¿Y si tod@s fuésemos costillas de un mismo cuerpo?
Da que pensar, pero cuando veo a mi hijo pintar como su abuelo, al que nunca conoció, o a mi hija comportarse como su tía, no me cabe duda. La herencia actualizada en cada instante es el hilo de Ariadna que une pasado y futuro en un eterno presente.
Yo lo que no veo es la necesidad de detrizat la gramática haciendo uso de una letra que no existe para una evitar supuestamente una exclusión de las mujeres, cuando con ello lo que estás afirmando es que cuando no incurrías en esta falta de ortorgrafía, e imagino usabas el masculino plural al referirte a un conjunto de hombres y mujeres, en realidad sólo te referías a hombres y excluías a las mujeres.
Los géneros gramaticales son masculino y femenino pero no designan sexo, (la mesa, el agua, la montaña, la nube…)
En cuanto al fondo, no, no creo que haya algo esotérico que nos lleve a comportarnos como nuestros antepasados. Podemos haber heredado aptitudes y el entorno familiar nos puede llevar a determinados gustos o modos de comportarnos.
En cuanto al miedo a perder la memoria, para mí no es a perder recuerdos sino desprender a hacer las cosas más básicas de la vida. Día a día olvido pero tampoco creo que tenga importancia, como dices el presente es lo que importa, el presente es lo más parecido al concepto de eternidad de Dios.
Gracias Meritxell. Qué bien coincidir contigo en que el presente es lo más parecido a la eternidad de Dios.