La sensación de control o falta de control es la que nos ciega a ver lo que la vida nos señala. La necesidad de controlar conlleva implícitamente una emoción negativa, una tensión añadida por mantener, no perder o no tener. Confiar en la vida significa dejarse guiar por el camino de la abundancia, el camino que nos apuntan los acontecimientos positivamente interpretados.
La propia pandemia nos brinda un buen ejemplo: ¿Es la crisis del “Ya no puedo hacer…”? o ¿Es el momento para decirnos “Ahora sí puedo hacer…”?
Nuestra felicidad depende de nuestra sensibilidad, de nuestra sabiduría en reconocer ese camino de “regalos” como piedrecitas blancas que marcan el camino de vuelta a nuestro Ser, y que no tiene por qué coincidir con el que habíamos imaginado, planeado o esperado.
Habría que distinguir entre seguridad interior (basada en la confianza) de la seguridad exterior (basada en el control) La primera nos conecta con el sentir de la vida, la segunda con el estrés, la ansiedad y la dependencia.
Pero para darnos cuenta de la oportunidad que representa el seguir esta guía interior necesitamos tiempo. Hay que parar y ver: ver lo que ocurre y lo que nos ocurre con ello. Sólo entonces podremos escoger cómo reaccionar en abundancia y preguntarnos: ¿Vas a concentrarte en lo que no puedes hacer, o en lo que sí puedes hacer? De ello depende nuestra felicidad. Propongo firmemente que nos planteemos: ¿Puede ser que la vida me esté señalando por dónde avanzar? ¿Cómo puedo yo aceptar y disfrutar al mismo tiempo de lo que me está pasando?
“Hemos desarrollado todo un mundo de terapeutas. Hemos invertido mucho tiempo y energía en investigar, conocer gurús, maestros, conceptos y teorías, pero muchas veces hemos perdido con ello el sentir de la vida.” nos dice mi admirado Tom Heckel.
Y es que la terapia, el camino espiritual, o el desenfreno experiencial, en demasiadas ocasiones no son más que una distracción, un lastre a nuestro crecimiento como persona. Creamos adictos o acólitos en lugar de propiciar seres más libres y auto responsables.
Si encubrimos directa o indirectamente las emociones, si dejamos entrever que en el control está la salida, nos convertimos en cómplices de la neurosis. Podemos ser entrenadores de la felicidad, pero no vendedores de esa delicia.
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