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Todo por tu culpa (o por la mía)

Juzgar. Yo diría que no hay placer más universal que el de juzgar. Discriminar lo que está bien de lo que está mal, lo que me gusta de lo que me disgusta es una de las más delicadas delicias de la intimidad. Podríamos asegurar que es incluso un divertimento aún más extendido que el sexo. Hay gente que ni tan siquiera se ve tentada por él, pero sí que desfallece frente a ese perverso juego de constante interpretación y veredicto.

Y por supuesto no escapan a él, sino que capitalizan sobre el juicio, la religión y la política. ¡Madre mía estamos ante algo más potente que el sexo y las ideologías!

Este soma adictivo nos mantiene inmersos en la cultura de la culpa. Juicio y culpa, crimen y castigo, van casi siempre emparejados. Discernir de quién es la culpa, quién empezó todo, quién creemos que se ha llevado la peor parte, la mayor injusticia, es la base más común de muchos de nuestros pensamientos obsesivo-compulsivos. Y la culpa siempre baquetea: Todo es culpa suya. Todo es culpa mía.

Frente al mundo de la culpa uno debería erigir el muro de la corresponsabilidad. En la inmensa mayoría de situaciones, de relaciones, “la culpa” de lo que pasa es compartida al 50%. Si yo voy de Salvador, del cielo me caen los clavos en forma de víctimas. Si alimenta mi autoestima la dominancia, no encontraré más que temporeros sumisos servidores. Y viceversa, si lo mío es la dócil seducción y manipulación, no me extrañe el encontrar desengaños y malos tratos.

Superado este primer capítulo, en el que asumimos la corresponsabilidad de lo que nos pasa, llega el segundo. Hay que poner 100% del foco en nuestra parte de responsabilidad: ¿Qué se me mueve a mi cuando encaro los celos, la rabia, la autoridad…? ¿Qué hago YO para merecer lo que me pasa?

Sólo así generamos el espacio suficiente para la maduración y el crecimiento personal. Fantasear con cambiar al otro, con imponer nuestra verdad y justicia, no es sólo perder el tiempo, sino también nuestra energía y oportunidad de cambio.

Las relaciones en general, y la de pareja en particular, son continuos tests de evaluación en cuanto a nuestra madurez física, emocional, mental y espiritual. De la misma manera que el monje ermitaño zen no puede alcanzar la iluminación sin bajar al Mercado, los pobres mortales, neuróticos de a pie, no podemos graduarnos como buenos amantes, amigos y ciudadanos, hasta que no seamos capaces de vivir desde nuestra propia responsabilidad el mantener alineadas las cuatro columnas de madurez antes mencionadas, y el limpiar de culposos ruidos el vínculo que nos une al otro.

Foto de charlesdeluvio en Unsplash

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  1. bravo, receptes infal·lible. Només cal portar -la a la práctica. Mil gràcies.

    1. Siiii, què t´he de dir… cada dimecres entrenem.
      Gràcies per ser-hi!!

  2. Bona tarda,
    Creo que hay que aprender a no buscar culpables, aunque eso represente en ocasiones una cierta autoindulgencia, sino a buscar soluciones y a no juzgar, sino simplemente opinar sin autoridad. Además, si lo conseguimos, puede que el sexo desbanque al resto de los vicios, lo cual no estaría del todo mal…
    Molt bo, Manel!

    1. Si, toda una reivindicación; que el amor y el sexo desbanquen a la culpa y el pecado.
      ¿Cambiarías el pecado original por el amor genuino? Pues eso! Jjj.