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Tres preguntas para la auto-terapia.

¿Te ha pasado alguna vez que cuanto más lo piensas, más grande se hace el problema? ¿Te ha ocurrido que llega un momento en que, de tanto contarte la misma historia, ya no sabes dónde empieza y cómo acaba tanta ansiedad? ¿Puede que de tanto batir el caldo hagamos nosotros mismos que el soufflé crezca más de la cuenta?

La cháchara mental es muy peligrosa, es capaz de hacer de un grano de arena una montaña, así que imagina lo que puede hacer frente a un gran escollo. Pero… ¿Qué se puede hacer para acabar con tanto sinsentido?

Fritz Perls, apuntaba que cuando un impaciente se empeñaba en el Bull Shit, en “enrollarse la soga al cuello”, lo mejor es dejar de escuchar el contenido y atender “la musicalidad” del discurso.

Mmm… ¿Pero qué puñetas quiere decir eso?

Pues simplemente prestar más atención al tono, al tempo, al volumen y la intención que subyace en nuestro alegato que no al contenido y las palabras en que se concreta.

Ok. Gracias, pero me quedo casi igual, puede que pienses tú.

Bien, en ese caso me voy a permitir sugerirte tres preguntas que, frente a cualquier conflicto que te asalte, puede que te ayuden a resolver (o mejor a disolver)

  1. ¿Qué sientes? ¿Cuál es la emoción que te embarga?

Vivimos en la cabeza, muy desconectados del sentimiento. Aunque pensemos que no es así, sólo es eso, lo pensamos, pensamos sobre lo que sentimos, pero le damos muy poco espacio a la emoción. La emoción va a otro ritmo, sentir requiere tiempo, y la mente no calla.

Si puedes darte un respiro, medita sobre qué emoción te domina. Si te lo permites, no es difícil. Las cuatro emociones básicas son: la alegría, la tristeza, el miedo y la rabia. Y el curso habitual es rabia, miedo, tristeza, alegría. Pero eso es nuevamente sólo teoría. Piensa en ti. Piensa en algo que te preocupe y, antes de lanzarte a contarte todos los cómo y porqué, déjate sentir. ¿Qué sientes? ¿Cuál es la emoción?

  1. Una vez identificada, la siguiente pregunta a formularte es ¿Qué haces tu con esa emoción?

Aquí las respuestas son más variadas, pero si nuevamente simplificamos al máximo podríamos valorar: ¿La expresamos, la sacamos fuera? ¿Desde dónde la “vomitamos”? ¿Cuál es la “musicalidad” que esconde ese “grito”? o… contrariamente la reprimimos y confundimos negándola de plano, enfriándola, evitando sostenerla y mirarle de frente, o “sublimándola” vía todo tipo de consideraciones sociales o morales…

  1. Mmm… con esas dos preguntas ya habremos aprendido mucho, pero nos queda una para cerrar “la terapia”: ¿Cómo te queda el cuerpo? ¿Qué te dice el cuerpo, que nunca miente, sobre el saldo de tu ejercicio?

Efectivamente la emoción era de rabia porque la mandíbula prieta y cerrada no engaña, o… hay miedo y de ahí esa tensión en los hombros encogidos y en alto… ¿tal vez tristeza y presión en el pecho? Difícil de precisar, pero ese nudo en la garganta no da lugar a dudas: algo que soltar no ha sido dicho. 😉

Lo sé, no es tan sencillo ni tan fácil cómo lo cuento, pero con un poco de práctica, seguro que es mejor que “comerse el coco” dándole vueltas a lo obsesivo compulsivo. Y, si no te funciona, pues para eso están los terapeutas, que los hay que saben latín.

Foto de Simon Barber en Unsplash

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