Siempre he pensado que cuando alguien dice “Yo soy así” está zanjando por las bravas un tema que podría ayudarle a avanzar en el camino hacia su propia felicidad. Tal vez trate de expresar su falta de ánimo para sostener la presión a la que se siente sometido en ese momento con el dialogo en curso, pero incluso en ese caso, sería mejor decir claramente: “No quiero hablar ahora de este tema.”
En la mayoría de las ocasiones, la frase es indicativo de rigidez y triste atrincheramiento, aún cuando se exprese acompañada de una amplia sonrisa de autocomplacencia. Hay en el fondo de ella un cúmulo de emociones: miedo al cambio, rabia por no encontrar alternativas y/o simple tristeza por sentirnos descorazonados.
Pero ¿Cuáles son las bases de ese “Yo no cambio”? Muchos pueden argüir que se trata de la coherencia, ese gran baluarte del ego para defender su histórica identidad, pero en nuestra era del cambio y la incertidumbre, eso ya no se aguanta. Si la coherencia va más allá de los principios básicos, es más un lastre que un incentivo a la felicidad (incluso si hablamos de valores, aunque ese sería otro tema)
Hoy más que nunca el junco se impone al roble, mal que nos pese.
Pero no nos desviemos, volviendo a la pregunta ¿Por qué “Yo no cambio”? La psicología americana nos apunta a tres razones. A partir de ahí que cada uno evalúe qué especial cocktail hace con ellas.
Estas son, y por este orden: el perfeccionismo, la prepotencia, el “siperonismo” y la procrastinación.
Sí, el perfeccionismo es el principal obstáculo al cambio. Perfección suena a parálisis, simplemente porque no existe, y, consecuentemente, sólo tiene una salida: la frustración. Sin espacio para el error, el cambio no respira y el desánimo no tarda en llegar para relegar el verdadero cambio a un ideal.
Una versión light, educada y “actualizada” del perfeccionismo, es el “siperonismo”. Admitir de buen o mal grado que la opción es “para tener en cuenta”, pero… (la verdad es que no vas a mover un dedo para cambiar nada) Quedas bien, dices “Estoy en ello.” “Lo intento”, pero en el fondo sabes que la enmienda a la mayor está lista. El “siperonista” se delata por sí solo, porque incluso cuando le señalas dónde mirar, te responde “Sí, sí… pero…” evidenciando que no sale del círculo.
Cuando eso ya no nos funciona, y nos damos cuenta de que somos nosotros mismos los que boicoteamos el cambio, la opción es recurrir al tiempo. “Lo haré, pero más adelante.” La procrastinación, el posponer siempre lo que no es inmediatamente agradable, es bálsamo seguro para escurrir el bulto.
Y, por último, si no cambiamos ni a la de tres, pero no nos reconocemos ni en el perfeccionismo, ni en el “siperonismo” o la procrastinación ¿Qué será, será? Mmm… ¿Qué tal andamos de prepotencia?
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Casi cada día hago revisión de quién soy, como estoy, qué actitudes tengo frente a las personas y circunstancias, frente a qué hago y qué quiero hacer con mi vida.
Seguro que no reviso a fondo lo que me cuesta. Tiene que pasar algo de importancia para modificar mi forma de hacer respecto de las cosas que me suponen mayor dificultad o que me aparecen más ocultas por que son las que escuecen o las que menos me gusta mirar.
Soy la de siempre, pero he cambiado de actitud a lo largo de los años.
Cuesta ser humilde, pero, bien mirado, tampoco cuesta tanto y hace muchísimo bien.
Gracias Elena por tu sinceridad. No es común hoy en día.
Ciertamente la humildad es la base de la sabiduría. No en vano repetimos desde hace tantísimos años aquello de “Sólo sé que no sé nada.”
En mi opinión, es bueno revisar regularmente actitudes, creencias y valores para no perder de vista el interés que merece el traducir todo ello en conductas, convicciones y principios actualizados. Los juicios y prejuicios siempre acechan, y las inercias son más fáciles que los esfuerzos. De ahí que vayan por delante mis felicitaciones por tu determinación y disciplina en no dejarte llevar por lo aprendido.
Hola, dando una vuelta por el texto, parece que el valor consista simplemente en el cambio, ¿el cambio a algo o el cambio por el cambio? y si es el cambio a algo los que ya hayan llegado a ese algo sin haber cambiado, deberían cambiar para no incurrir en “el perfeccionismo, la prepotencia, el “siperonismo” y la procrastinación”. Pero si el cambio es el valor en sí mismo, ¿es indiferente en qué consista o a dónde te lleve? y una vez hecho el primer cambio, deberá haber un segundo, y un tercero, un cuarto y así sucesivamente, porque si no caeríamos de nuevo en esas actitudes consideradas contravalores.
Este tema da para mucho juego, aunque primero sería conveniente acotar los términos del debate 😉
Eso es, el cambio es un valor en si mismo tanto en cuanto evita la rigidez, la estancación… y a su vez admite tanto el acierto como el error con posibilidad de enmienda.
Un yo sin cambio es como una rueda cuadrada.
No es que la dirección sea indiferente, pero es más importante que la dinámica funcione, porque sin dinámica todo viaje está vetado.
Uff…no veas la de cuestiones que se plantean si el valor es el cambio en sí mismo…de la alegría a la tristeza, de esta a la desesperación, de aquí a la imdiferencia, luego a la crueldad intelectual y más adelante en acto, seguifo del endosiamiento, llegando a un Pol Pot o Stalin…mmmmm, es verdad, está guay el cambio por el cambio
Aquí hablaba principalmente del cambio personal. Cuando el “cambio” es social, cultural, político… adquiere otros matices diferentes. La responsabilidad es mayor, la libertad menor y el riesgo debe ser calculado.
En el zen “la revolución” va por dentro, y sólo en casos magistrales del individuo al entorno. Se predica con el ejemplo y no con el estruendo. Ahí el cambio es siempre positivo porque tanto el acierto como el error (con oportunidad de enmienda) revierten en una mejora personal.
I hope that helps.