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No

No. Una palabra tan corta y a la vez tan controvertida. En mi opinión, la frecuencia en la utilización de este monosílabo es la prueba más simple para diferenciar la gente asertiva/agresiva de la empática/complaciente. No en balde está la expresión “Siempre tiene el no en la boca” del clásico “Pacontrarias”, o su antónima, y tan propia de los vendedores, “Tú de entrada di sí a todo.”

Y es que el sí invita, facilita, complace, pero el no también es necesario para poner límites y marcar nuestro espacio. De ahí eso de que, si aceptamos algo a pesar de que el ánimo no acompañe a esa afirmación, se diga que con ello nos estamos negando algo a nosotros mismos.

Pero bueno, también es cierto que para otros la cerrazón en el No sea más contraproducente que otra cosa, puesto que nos encierra en nuestra zona de confort sin opción de mejora.

¿En qué quedamos pues? ¿Hay que abonarse más al Sí o al No?

Depende. Depende obviamente de la situación y contexto, pero además de ello de las inercias y carácter de cada uno.

Si soy de tendencia sumisa y complaciente valdrá la pena poner más énfasis y atención en nuestros Noes, puesto que en cada uno de ellos habrá clave de liberación reivindicando por nuestros deseos y necesidades.

Si soy de tendencia asertiva y dominante será bueno tirar más del Sí, escuchar más y abrir más nuestra perspectiva.

Y en caso de duda, yo siempre recomiendo el Sí de entrada porque abrir, airear, ventilar a priori siempre es bueno. Escuchar, aprender, cambiar, crecer, madurar parte de abrirnos positivamente a lo nuevo. Ya habrá tiempo para hablar, acotar, matizar, dejar claro, ratificar y consolidar.

Si todo esto lo llevamos a la categoría de negociación y/o resolución de conflictos habrá que admitir que la mejor salida siempre pasa por equilibrar en su justa medida empatía y asertividad, razón y emoción, en función del momento y contexto.

Hecha esta reflexión sólo nos queda la práctica, afinar el violín. Sabemos ya cuales son sus cuatro cuerdas: empatía asertividad, razón y emoción ahora ya sólo es cuestión de ajustar nota y momento para que la sinfonía de la vida fluya lo más armónica posible.

Pregúntate pues qué cuerda o cuerdas llevas tu más flojas y cuales más tensas. Si prestas algo de tiempo y atención a este ejercicio verás como el sonido de tu discurso cambia, el tempo se templa y el tono inspira.

¿Realmente lo vas a probar? ¿Sí o no?

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Foto de Toa Heftiba en Unsplash

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