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Queja, crítica, culpa.

La queja, crítica y culpa se han convertido en el pan nuestro de cada día, hasta el punto de que ya no sabemos vivir sin ellas. Pruébalo. Observa simplemente cuanto tiempo pasa desde que te levantas hasta que evocas interna o externamente alguna de ellas. Mira en paralelo cuanto tarda alguien o algún medio en recordarte la “imperiosa necesidad” de mantenerte en guardia en ese sentido.

“No, si es por tu bien. Hay que tener sentido crítico. Si te resistes a todo el acoso mediático y del algoritmo digital allá tú, pero luego no digas que no te advertimos. Recuerda. No lo olvides. Todo está mal y estará peor. Cuanto peor, mejor, mejor para ti, mejor para todos.

Pero bueno, si necesitas algo de Soma, algo de Lorazepam o Trankimazin, para desconectar o disociarte nosotros te lo podemos proporcionar, en pequeñas dosis: Likes en redes, Series, Micro videos… o en algo más contundente: Medicación, Tratamiento consuelo…”

La queja, la crítica y la culpa conforman a mi modo de ver el reflejo especular a nivel interior de lo que el triángulo dramático de Karpman evidencia a nivel relacional. Cuando uno entra en ese círculo está perdido. Es un pez que se muerde la cola. Un pez que sólo es admitido en la bandada si cumple con los tres requisitos contraseña de pertenencia. Se trata de confirmar que estás en la banda de los destructores, de quienes echan pelotas fuera con explicaciones degenerativas, de quienes esperan a ese Salvador que sólo se mueve entre ideales, pero que no concreta nada más que está en contra de todo el horror de lo que hay. Totalmente en contra. Radicalmente en contra. Si es que no hay derecho, no hay justicia, alguien tenía que decirlo (pero, eso sí, sin proponer cambio razonado al respecto)

Proponer, hacer, no es fácil. Nada más arriesgado a equivocarnos que el arremangarse y bajar al fango. Nadie quiere. Todos miramos, juzgamos, criticamos, nos quejamos y culpabilizamos. Eso sí es fácil. Eso sí.

A veces añoro el siglo 20, porque de entonces recuerdo aún gente comprometida, no con el corto plazo, el resultado inmediato, sino con el “vale la pena”.

Creo que necesitamos más gente comprometida con el “vale la pena” y menos gente anónima corrompida por el “no vale la pena” “qué más da” “si total…” Porque las personas comprometidas con el “vale la pena” son sin duda, se equivoquen o no, las que valen la pena.

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Foto de Maxim Berg en Unsplash

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  1. Qué gran invento eso que nos enseñaste de “menos culpabilidad” (y más responsabilidad) y aquello de “vale la pena?”. No sabes lo mucho que aprendí y el bien que me han hecho esos pequeños cambios en ciertas actitudes. Gracias Manuel!!

    1. Mil gracias Lorena por tu apertura y ganas de participar.
      Me llena de felicidad reencontrarte por aquí y ver que ya practicas la magia de la maduración personal dejando la culpa para los moralistas y la responsabilidad para loe que queremos aprovechar cualquier oportunidad para crecer.
      Un abrazo, bonita.