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Hiperactividad, fantasía, drama y obsesión.

Hiperactividad, fantasía, drama i obsesión son las cuatro principales vías de escape al conflicto. Todos sin excepción tiramos de ellas, pero es bueno saber en cual o cuales nos perdemos en demasía.

Correr como pollos sin cabeza, llenar nuestra vida de una absurda hiperactividad, no nos lleva a ninguna parte. Si no paramos, no sentimos, pero entonces tampoco vivimos. Sin saborear el momento todo es tormento. No transitamos el dolor, pero lo tapamos con sufrimiento.

Negar el conflicto, huir con la fantasía de que somos inmunes a las adversidades, resguardarse en un radical “pensamiento positivo” tampoco es manera. El principio de realidad nos golpeará con más fuerza. El conflicto forma parte inherente a la vida i ignorarlo es sufrir doblemente.

Dramatizar, victimizarnos, amargarnos la vida no ayuda. La vida es dura e injusta, sin duda, pero añadirle drama no aporta nada bueno. El drama no es más que una inflamación de la emoción que nos lleva al mediato o inmediato aislamiento. Un flemón es alerta de atención, pero no motivo de curación.

Y finalmente la obsesión cavilativa de los adictos al insight resulta igualmente infructuosa si no está acotada al pensamiento útil aquí y ahora. La pre-ocupación el ¿Y si…? no es más que una pérdida de energía.

Entonces ¿Por qué nos perdemos tan frecuentemente en esos cuatro derroteros?

En mi opinión, lo que nos lleva al error es el miedo, el miedo a transitar el dolor, a sentir la rabia, el miedo genuino o la tristeza inherente a la angustia vital. Aunque parezca paradójico sufrimos por miedo a tocar nuestra herida. Si nos dejáramos sentir, si diéramos algo más de espacio a lo que hay, a la emoción que nos embarga sin añadirle tanto pensamiento, tanta preocupación, otro gallo nos cantaría. Pero la tentación de tapar nuestro dolor, nuestra vulnerabilidad es tan grande que nos lleva a ese “doble de queso” que acaba por destrozarnos.

Con razón se dice que la Gestalt es la terapia del darse cuenta, la gestión de lo obvio. Basta con no añadir más voracidad, más mentira, más amargura, más sufrimiento a la vida para ser felices.

La vida es dura, injusta, perecedera e ingrata, pero si no le añadimos un extra de sufrimiento por expectativas omnipotentes también es tierna, suave, ligera y amable.

Como nos susurra al oído el zen de las pequeñas cosas: todos vamos a envejecer, enfermar y morir, pero al mismo tiempo todos estamos prestos para disfrutar, aprender y madurar.

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Foto de Mathew Schwartz en Unsplash

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  1. A ver si se cumple el dicho y a la tercera la vencida. Dos veces he intentado comentar este artículo y las dos me ha atrapado el tiempo (expresión de mi hija Nadia cuando era pequeña y veía que llegábamos tarde)

    Me llama mucho la atención la constante de los cuatro: cuatro pasiones en otros, en este cuatro vías de escape, cuatro sustantivos de lo que no añadir a la vida, dos grupos de cuatro adjetivos calificando la vida en versión negativa y positiva (según el autor),… ¿es pura estética?

    Iba a ponerme con las cuatro (cuatro, ¡cómo no!) vías de escape que propones como más frecuentes ante el conflicto, pero tengo la impresión que son lo de menos, y tampoco es el conflicto en lo que quieres fijar la atención. ¿será en el miedo o más bien en la sorprendente aseveración de que la vida es dura, perecedera, ingrata e injusta?

    Me chirría en este blog la calificación de la vida como dura. Supongo que cada uno ve las cosas del color de sus gafas, como explica Peña Chavarino, y que su experiencia y la de su entorno es la que le lleva a valorar las cosas, y así y todo, ¿vuestra vida es dura? ¿somos de mantequilla?. Sí que puede haber quienes se encuentran ante circunstancias especialmente dificiles (los prisioneros de los campos de concentración, las chekas, los gulags, los habitantes de Hiroshima y Nagasaki desde el 6 y el 9 de agosto de 1945 y durante mucho tiempo, los cristianos en Nigeria y muchos otros ejemplos) que hacen que los de dura sea aplicable a su vida, pero aquí y ahora…

    En cualquier caso, la felicidad no creo que venga de la dureza o blandura de la vida, sino de cómo la vivimos. Dar sentido a la vida es lo que la hace una vida feliz. Una vida entre algodones, liviana, ligera como dices, parece una vida vacía, y del vacío felicidad ninguna se puede sacar. Y creo que corrobora este punto de vista que haya sido en los momentos y los lugares en los que se puede hablar de vida dura, cuando los índices de suicidios han sido más bajos, y es ahora, en esta sociedad blandita, cientificista y racionalista, pero en absoluto racional, cuando la falta de sentido de la existencia, el vacío existencial de Sartre y compañía, ha llevado a gran número de suicidios. No se suicida el que lucha por su supervivencia, se suicida el que lo tiene todo y no conoce la Verdad, y no hay más que ver el gran número de jóvenes artistas, riquísimos en bienes materiales, que han optado por acabar con su vida.

    Por último pero más importante Vita mutatur non tollitur.

    1. Waw!! No me ha sido fácil seguir tu discurso en esta ocasión Meri.
      En todo caso me quedo con eso de que la vida si es dura es porque es mejor así, que cuando no nos quejamos tanto, cuando no hay tanta mantequilla es más fácil encontrarle sentido a la vida.
      Eso sí plenamente contigo y con Peña Chavarino cuando dice que cada uno ve las cosas según el color del cristal de sus gafas. 😉👍