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Decide tú

Decide tú. Hay personas, tal vez tú conozcas alguna, que no toman decisiones, sólo las critican, las cuestionan o las sabotean. Siempre ha sido así, pero mi impresión es que hoy en día ese colectivo ha crecido enormemente.

Es más, aunque carezco de información estadística, me atrevería a decir que hoy hay más gente en el lado “conservador” crítico, que gusta de verlas venir (para el otro) que no de verlas venir (para capearlas) en el propio.

El entusiasmo es un bien escaso. Y decidir requiere de él. Porque cualquier decisión es una apuesta en la que hay una asunción de libertad y responsabilidad que contempla una renuncia. Si no decidimos, parece que no arriesgamos, no sufrimos, no vivimos (más que en la rueda del automático) Esa es la gran trampa, no decidir también es una decisión, aunque se trate de una decisión implícita, maniatada, amordazada.

Leyendo estas semanas a Shane Parrish y los hermanos Heath sobre modelos de decisión, descubro una gran coincidencia en que el más común de los errores es ese pensar que si no decido no arriesgo, no sufro, no pasa nada.

Me viene ahora a la mente esa frase que dice algo así como “Si crees que no vale la pena aprender y equivocarte, prueba a ignorar y repetir errores.”

Sí, coincido con el amigo Byug-Chul Han en la sociedad del cansancio, ya pocos son apasionados entusiastas de algo, y la mayoría de los que lo son no son más que dogmáticos iluminados de un proselitismo que proclama una huida hacia adelante. Y es que es verdad, basta con entrar en internet para encontrar un montón de fanáticos “como yo” de la más completa absurdidad.

Pero en el otro extremo, en las filas de los entusiastas de la dialéctica, del verdadero pensamiento tan crítico como abierto, nos faltan efectivos. Todo se resume en la observación concentrada en la crítica y la corrección. “Yo habría hecho otra cosa, yo habría decidido ir hacia otro lado…” pero lo cierto es que no decido nada, no muevo un dedo, no avanzo, no vivo, dejo que otros me guíen, me conduzcan, me vivan para luego, en privado, poder decir que me siento totalmente alienado.

Foto de Randalyn Hill en Unsplash

 

 

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  1. Cuánta sabiduría en pocas lineas. Que no decida nadie por uno mismo. Y las quejas, si las hubiera, que sean de uno para uno mismo y si no las hay no nos olvidemos de valorarnos.
    Molt bo, Manel.

    1. Moltes gràcies Francesc. Eso es más responsabilidad y disposición a aprender de los errores y menos culpa estéril y enfermiza.

  2. ¡No tenía ni idea que fueras amigo de Han! ¡Qué suerte!, si hay un pensador crítico e interesante en este momento es él.

    En relación a lo que dices, no sé realmente, no tengo un contacto tan próximo con muchos otros para saber si hay una mayoría de indecisos o no, o más que en otras épocas. Sí que es verdad que tengo la impresión que cuanto más se tiene más miedo dar perder algo, aunque sea poco. Me viene a la mente los que saltaban el muro de Berlín, los que se enfrentan a las tiranías, los que arriesgan sus vidas por defender su fe y los que no se atrevían a ir sin mascarilla por miedo a una multa de 100 euros.
    Todos ellos deciden, o sea, que sí deciden, y cada cual en función de aquello a lo que le da mayor valor, su patrimonio, la aceptación social, o algo más íntimo y más épico por lo que luchar, y que comporta habitualmente que lo que se arriesga sea mayor.

    Te deseo una semana intensa 😉

    1. Gracias Meri.
      Me gusta especialmente eso que dices de que cada cual decide en función de aquello a lo que le da mayor valor, su patrimonio, la aceptación social, o algo más íntimo y más épico. Ojalá sea así. Me temo que demasiadas veces la inercia juega malas pasadas y se tira de automatismo borreguil.