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Ganas de vivir

 

¿Qué es lo que te da ganas de vivir? ¿Qué te da vidilla? La pregunta parece sencilla, pero bajo mi punto de vista esconde carga de profundidad, especialmente a partir de cierta edad.

Está claro que la adolescencia y juventud viene envuelta en ideales y sueños. Mal estamos si no es así. La madurez sin embargo ya amaga algo de crisis, la de la mediana edad o la que sea, pero crisis. Hay que actualizar objetivos en base a la realidad, y bueno, la cosa, una vez asumida, más o menos funciona.

¿Pero y cuando ya lo de las zanahorias queda sólo para las liebres?

Cuando la madurez amenaza una dulzura caduca, encontrar motivación ya no es tan fácil. Sí, el zen de las pequeñas cosas gana en relevancia, los recuerdos, la familia… pero el día a día castiga.

Encontrar ese reto, ese aliciente no es tan fácil. En mi caso, he tenido que ir a buscarlo en la intimidad, mi intimidad con lo más querido y lo más cercano, y el disfrute con lo más inmediato, lo más lúdico.

Escuchar, dialogar, comer, beber, leer, pintar… dejan de ser hábitos o pasatiempos para convertirse en estímulos de primer orden.

Lejos quedan las verborreas, los monólogos, las dietas, los aprendizajes y las ansias de pedagogía. Nada que demostrar. Nada que defender. Nada que eludir. Nada que esconder.

La inmanencia va ganando la partida a la trascendencia. La levedad del ser se impone y una liviana capa de compasión nada caritativa se posa suave sobre todo.

Entonces aparece la calma. Esa calma que huye de toda prepotencia, de todo juicio, de tanta palabra, de tanta preocupación o resistencia, ambición, expectativa o apego, para dar espacio a otro tipo de satisfacción basada en el agradecimiento, el silencio y la gozosa aceptación.

La vida es sabia y si sabemos verla y leerla nos va llevando lenta e indolentemente hacia la muerte, la disolución del ego en un océano de amable descanso en el que las salpicaduras ya no son molestia sino salpimentada anécdota.

Sólo queda ahí la mirada fenomenológica a un mar rizado y un fondo siempre plácido en el que la paz es entrada y el amor inunda toda la estancia.

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Foto de Ravi Patel en Unsplash

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  1. A mí la lucha, tener algo por lo que luchar, eso es lo que me da vida, lo que da sentido a mi vida. Estando en mi caso ese algo vinculado a las personas (luchar por la pervivencia de la periplaneta americana noooo).

    Sí que coincido contigo en lo importante de esa experiencia subjetiva de las cosas, en el sentido, no de pretender negar la realidad que es objetiva, sino en el de experimentar mi propia humanidad en mi relación con el otro humano.

    Después de este rollo, que expreso tan deficientemente que a mí misma me cuesta entenderme, vuelvo a mi auténtico ser de espíritu muy terrenal. Me revive la conversación sobre el ser, la muerte, el sentido de la vida, la inconsistencia del Darwinismo, las creencias, las alternativas al sistema, el mundo de las plantas (por primera vez en mi vida he conseguido que no muriera una planta que se ha dejado a mi cuidado) de los animales, y del hombre.
    También los retos físicos, es esfuerzo y la ducha que viene después.

    1. Lucha y escucha. Trabajo y descanso. Tensión y calma. En la integración de polaridades está el atinado avance según las prioridades del momento.