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Vale la pena

¿Vale la pena o no vale la pena? Esta expresión tantas veces repetida tiene para mí resonancias muy profundas.

Está claro que el cambio es inevitable, una fuerza exterior que podemos interpretar como una invitación o una provocación, pero que en cualquier caso zarandea, desafía nuestro equilibrio y nuestra zona de confort.

La trasformación sin embargo es opcional, parte de una voluntad interior y consecuentemente requiere un sentido, una motivación, una convicción (de que sí vale la pena)

El cambio nos puede llevar a una cierta resistencia pasiva que nos conduce al victimismo, pero si la revestimos de oportunidad para la transformación le estamos dando la acepción de una resiliencia despierta y activa.

Pero para que ese paso se dé necesitamos un empujón, algún catalizador, algo o “alguien” (¿Introyecto?) que nos susurre “Vale la pena” y nos permita superar el miedo y el dolor o el esfuerzo del tránsito.

En ese viaje del victimismo al protagonismo, de la resignación a la aceptación, o de la sumisión al liderato de nuestra propia vida hay una palabra clave: el sentido.

¿Qué es lo que le da sentido a la vida?

Muchas serían las respuestas, pero en el fondo la que siempre subyace como la más potente se resume en una sola palabra: el amor.

En este sentido, a mi entender amar presupone tres cosas:

  • Una voluntad de comprender, de vernos y reconocernos en nuestra dificultad para poder empatizar con el otro desde la compasión.
  • Un impulso por cuidar y ser cuidado ya que no podemos dar lo que no tenemos.
  • Una intención de trascender, de hacer lo mejor para todos desde una óptica constructiva y colaborativa.

Si esto no nos llena, no nos mueve, que baje Dios y lo vea, porque en el amor todo es dinámica y movimiento, ya que no es tan importante el deseo de conseguir, como la motivación (ese esencial “Vale la pena”) por seguir; seguir mejorando como personas, sin esperar nada a cambio, por amor al arte.

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Foto de Austin Chan en Unsplash

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  1. Sí el sentido de la vida va por ese camino amar, amar más, cambiar para ser mejor persona, ser más humano, y para ello tender hacia lo propio del hombre, buscar la verdad, el bien y la belleza.

    Y es curioso lo difícil que me resulta a mí ese amar más, cómo impido con tanta facilidad ese cambio, a veces por sensaciones que me llegan por los sentidos, especialmente el olfato (el olor de una persona puede causarme tal rechazo que sólo piense en alejarme de ella), en otras ocasiones por emociones: la envidia y la rabia.
    Qué interpelada me sentí en la homilía de la misa de ayer viernes del Padre Santiago en mi parroquia. El evangelio era San Juan 7 1-2 y 10 25-30, que narra que Jesús andaba por Galilea y no quería ir a Judea porque los judíos querían matarlo, y fue a Judea discretamente. La primera lectura era del Libro de la Sabiduría 2 1ª 12-22, y de aquí tomó el Padre Santi el tercer motivo que cree tenían los judíos que deseaban su muerte (tercero pero quizás el más importante). “Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso…Es un reproche contra nuestros criterios, su sola presencia nos resulta insoportable…Lleva una vida distinta de los demás y va por caminos diferentes…” Como decía el Padre, lo que no podían soportar era esa luz, ese brillo, que reflejaba la opacidad, la oscuridad de sus vidas, era la rabia contra el Bueno. Y pensé que en la base de mi dificultad para ser mejor, para amar más, para ser más humana, está ese rechazo a los que son mejores que yo, (mejores en ese sentido del que estamos hablando) porque su vida desvela la mediocridad de la mía.

    Recomiendo encarecidamente las misas del Padre Santiago, párroco de la Iglesia de San Juan María Vianney, en calle Joan Güell (distrito de Sants) y las del Padre Joan Costa párroco de la Iglesia del Remei en Plaza de la Concordia (distrito de Les Corts). Hace un año y medio aproximadamente, un domingo le propuse a mi hija pequeña que viniera a misa conmigo. Yo creo que accedió porque me quiere y quiso complacerme. Al domingo siguiente, se fue a dar una paseo con su padre, pero le apremió para volver pronto porque tenía que ir a misa conmigo. Su padre le dijo, a no sabia que ibas a misa. A la salida de misa, me dijo, cuando escucho al Padre Santiago me gustaría que no parara de hablar.

    Sólo por fuerza de voluntad no puedo ser mejor, amar más, pero sí si Cristo me ayuda.

    1. Encontrar creencias, personas, experiencias que valen la pena es algo precioso, un regalo de la vida.
      Qué suerte que tu y tu hija hayáis encontrado en la misa ese regalo (de Dios, en este caso)

  2. Sí, eso es, el amor es lo que da sentido a la vida, y creo yo que especialmente el amor de amistad, aquel en el que como decía CS Lewis, ah ¿tú también?, el que no es exclusivo sino que quiere que haya más de dos, el que pierde algo cuando se pierde un amigo, no sólo por la pérdida del amigo sino por la pérdida de la relación del amigo con otro amigo, por sus reacciones.

    Fue el amor y no los clavos lo que sostuvo a Cristo en la cruz.

    Se ha acabado la Cuaresma, tiempo de conversión; pedí a Dios un corazón nuevo, que me quitara mi corazón de piedra y me diera un corazón de carne (como dijo que haría en Ezequiel 36.26)…menos mal que no todo depende de mí porque si así fuera mal me veo, siempre tropezando con las mismas piedras. La voluntad es imprescindible pero el voluntarismo no es suficiente. ¿He acabado la Cuaresma igual que la empecé? Espero que no

    Ganas de quedar los cuatro de nuevo

    1. Coincido en todo. Mmm… qué bien, incluso con eso de volver a quedar para actualizar y dar vidilla a nuestra amistad.