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Ventilación emocional.

Reconozco que la primera vez que oí esta expresión me impactó. Me parece un hallazgo casi a la altura del de la “inteligencia emocional”.

Y es que, queramos o no, “inteligencia emocional” no deja de inferir que las emociones pueden ser gerenciadas por la razón, y eso no me parece del todo cierto. Razón, emoción y pulsión se entrelazan sí, pero hasta cierto punto cada una va a su bola. Si no, de dónde sale eso de que el corazón tiene argumentos que la razón desconoce.

Ventilar las emociones se me antoja una expresión genial por dos razones distintas: por un lado apunta claramente a que lo peor es ocultarlas, encerrarlas y reprimirlas, y por otro a que la solución no pasa sólo por “razonarlas”, dotarlas de una perspectiva más consciente y expresarlas.

Ventilar las emociones supone sí, evitar negarlas, reprimirlas, proyectarlas en el otro, deflectarlas (quitándoles importancia) u ocultarlas tras el velo de la confluencia.

Pero ventilar las emociones implica también el encontrar el mejor camino para airearlas. Un camino que ciertamente puede pasar por expresarlas verbalmente sin caer en “sincericidios” suicidas (si esa habilidad nos es propia) pero que también puede apuntar a otras alternativas.

En este último sentido, a mí se me ocurren dos grandes vías: la sublimación y la cremación.

La sublimación que apela al espíritu, al arte, a la meditación, a la música o la contundente convicción. O la cremación que alude al cuerpo, a la acción, al deporte, a la liberación por extenuación.

Tal vez la primera sea más afín para tratar el duelo y la tristeza, y la segunda para cauterizar miedo y rabia, pero eso puede estar en función de cada uno, lo importante es que se nos abren nuevos campos de mejora.

Todo esto me recuerda a los remedios homeopáticos y a aquello de que la diferencia entre el veneno y la medicina está en la dosis.

Me explico. Siempre he mantenido que las tres principales huidas de la emoción pasan por la hiperactividad, la sobregnosis (cavilación obsesiva y excesiva) o el drama, pero ahora me doy cuenta de que tal vez, en su justa medida, puedan también resultar oportunos sedantes para gestionar heridas. Tal vez para sanarlas el ponerle conciencia a la emoción deba estar bien acompañado por una mayor conciencia del cuerpo y una mayor presencia del arte, la contemplación y la espiritualidad.

No parece mala idea. ¿Tú qué crees? ¿Cómo manejas tú, tus emociones? ¿Cómo te las ventilas?

Foto de Saad Chaudhry en Unsplash

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